Stefania Di Leo: Catábasis da "Ocultando el olvido" (Oxeda Ed) prefazione di Antonio Colinas
Presentiamo una poesia intensa ed evocativa di Stefania Di Leo
tratta dal libro "Ocultando el olvido"
nella versione originale spagnola e nella traduzione italiana
Catabasi
a Leonard Cohen
Possiedo un solo talento: la mia musica.
Note feconde travolgono di colpi la luce.
Il mare, con le lacrime,
diviene ricordo tra le sue onde,
valanga violenta che respira, senza sosta,
questi mari senza padroni. Siamo splendenti
somma tristezza, spettacolo incandescente
in questo mondo di porcellana in rovina.
Se potessi supplicarti di suonare per me
quella musica che continua a risuonare nel cuore.
Se potessi vivere. come un uccello che mi sorpassa
nel cielo, dentro di me, sentirei brividi e gelo,
illuminando la mia anima con precisione scolpita
da una luce, che a volte si rivela assente.
Ho visto la luce provenire da una barca,
con i suoi remi aperti, giungere verso di me,
e volevo essere un'anima di nulla
o del destino gettato alle intemperie.
L'amore è potente e a volte fa male.
Si estende sopra alla mia ombra obliqua.
sui legni di luce e e dell’'erba
crescente di tali limiti impuri.
La stanza è piena delle mie lacrime;
Mi dispiace di aver vinto
e l'impreciso, improvvisamente vero.
Sento la tua voce lì nel buio
i fantasmi nudi e le rane annegate.
Guardo attenta per le tue acque remote
inventare un dio incredulo
dopo un orrore sacro.
Caronte non conosce il fiume dell'amore,
nelle sue pupille non ci sono carezze,
non ci sono lettere d'amore scritte la sera,
ascolta solo le parole degli amanti morti,
nell'inerzia di un diluvio di nomi.
Cosa importa naufragare o arenarsi se le vele
sono ancora in proporzioni perfette?
Era come trovarti e scappare, sapendo che ti avrei visto
e ritira, con zelo, la mano pietosa.
Dove va tutto il sangue pieno di dolore,
di tanto dolore non finito nel mondo?
Spento riposo della sera in fiamme.
Il sole era costante e malato.
L'inferno è un'altra cosa:
ha inclinazioni celesti nel suo utero,
la sua voce pressante è unica e il vuoto
impone la sua quiete in bocche estinte.
Era la primavera e ho pensato di dipingerti
con un olio malinconico
Suonerà la lira e io ti vedrò, Leonard.
L'amore è potente e a volte fa male.
Senza musica facciamo l'inferno.
A volte gli antichi sentieri
conducono al nostro stesso silenzio;
gridano le sinistre betulle e nell'ennesima steppa
farfugliano le mappe senza radici,
le rive scortano il nostro passaggio,
rimangono erette nella loro costante nudità.
In questo paradiso avverso capisci
l'ignobile prezzo dell'impotenza.
Qui, in questa agonia, si ascoltano
le mie canzoni accompagnando con soavità
la sua decadente rovina. Solo il fiume sa
se domani le mie note fioriranno...
La nave approda e, fermandosi,
si sente un rumore di fischi,
come se percepissi il tuo corpo
prendere le mie mani.
La crisalide dell'amore mi tocca.
Luccicano il silenzio e il bosco
si accendono in petali perfetti,
in un mondo senza lucciole.
E posso sentire il tuo nome, Leonard.
La musica inebriante ritorna
alla tua bocca morta di parole.
Ho visto l'oscurità avvolgerti,
la magia in un giardino senza rose,
ora, splendente e vivo.
Seguiranno gli echi delle tue labbra
cantando un Alleluia che non cessa.
(traduzione di Cinzia Marulli)
Catábasis
para Leonard Cohen
Poseo un solo talento: mi música.
Notas fecundas avasallan a golpes la luz.
El mar, con las lágrimas,
se hizo recuerdo entre sus olas,
violento alud que respiran, sin cesar,
estos mares sin dueño. Somos resplandor,
tristeza suma, espectáculo incandescente
en este mundo de porcelana en ruinas.
Si pudiera suplicarte que tocaras por mí
aquella música que permanece resonando
en el corazón. Si pudieras vivir
como ave que me sobrepasa por el cielo,
dentro de mí, sentiría escalofríos y escarcha,
alumbrando mi alma con exactitud esculpida
de una luz, que a veces, se revela ausente.
Vi la claridad venida desde un barco,
con sus remos abiertos, empujando hacia mí,
y quise ser un alma de la nada
o del destino lanzado a la intemperie.
El amor es poderoso y a veces duele.
Se extiende mi sombra oblicua
sobre las maderas de luz y del pasto
creciente de esos límites impuros.
El recinto se llena de mis lágrimas;
siento lo inmóvil vencer
y lo inexacto, de repente cierto.
Siento tu voz allá en lo oscuro,
los fantasmas desnudos y las ranas ahogadas.
Miro atenta por tus aguas remotas
inventando a un dios incrédulo
tras un horror sagrado.
Caronte no conoce el río del amor,
en sus pupilas no hay caricias,
no hay cartas de amor escritas por la tarde,
sólo escucha palabras de amantes muertos,
en la inercia de un diluvio de nombres.
¿Qué importa naufragar o encallar si aún las velas
se sostienen en áureas proporciones?
Era como encontrarte y huir, saber que iba a verte
y retirar, con celo, la mano piadosa.
¿A dónde va toda la sangre llena de pena,
de tanta pena no acabada en mundo?
Extinguido reposo de la tarde en llamas.
El sol era continuo y enfermo.
Distinto a lo pensado es el infierno:
tiene inclinaciones celestes en su útero,
su rumor apremiante es único y el vacío
impone su quietud en bocas extintas.
Era la primavera, y pensé pintarte
en un óleo melancólico.
Sonará la lira y te veré, Leonard.
El amor es poderoso y a veces duele.
Sin la música hacemos el infierno.
A veces, los vetustos senderos
conducen a nuestro propio silencio;
gritan los abedules siniestros y en la enésima estepa
farfullan los mapas sin raíces,
las riberas escoltan nuestro paso,
permanecen erguidas en su desnudez constante.
En este adverso paraíso comprendes
el precio ruin de la impotencia.
Aquí, en esta agonía, se escuchan
mis canciones acompasando con suavidad
su ruina declinante. Sólo el río sabe
si mañana florecerán mis notas…
El barco toca tierra y, al detenerse,
se escucha un rumor de silbidos,
como si presintiera tu cuerpo
que se apoderara de mis manos.
La crisálida de amor me roza.
Titila el silencio y las maderas
se encienden en pétalos perfectos,
en un mundo sin luciérnagas.
Y puedo escuchar tu nombre, Leonard.
La embriagadora música regresa
a tu boca muerta de palabras.
Vi la oscuridad envolverte,
la magia en un jardín sin rosas,
ahora, resplandeciente y vivo.
Seguirán los ecos de tus labios
entonando un Aleluya que no cesa.
Stefania Di Leo nació en Messina el 25 de julio de 1975 y desde pequeña ha cultivado una pasión por los idiomas extranjeros. Doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es traductora internacional en italiano de poetas contemporáneos españoles, portugueses, y franceses y colabora con varias revistas culturales e internacionales, Crear en Salamanca, Meteorología, Papeles del martes, Altazor. Fundadora del Círculo Literario Napolitano, y del Premio Internacional de Poesía en español, Francisco de Aldana en colaboración con la Universidad de Salamanca. Ha publicado libros de poesía, entre los que destacan Rosas azules sobre el tomillo perfumado (España), Donde tuve tus labios,( Miami) Ocultando el Olvido (Miami), Uma so Solidao (Brasil), Entao brilha o silencio conAlvaro Alves de Faria (Brasil). As sombras da tarde (Portugal).